Entre el Excel y el instinto
En el mundo del desarrollo social, muchas veces el caos no es una anomalía, es el punto de partida.

Por Vanessa Vásquez
No hay fondos de inversión, no hay métricas limpias, no hay tiempo para pivotar. Hay hambre. Hay frío. Hay personas que no pueden esperar a que el prototipo pase por el filtro del comité. Y aun así, innovamos.
Mientras Silicon Valley refina sus MVPs (Minimum Viable Products), nosotros hacemos MVS: Minimum Viable Solidarity. Soluciones que nacen en la cocina de una lideresa, se validan en medio del caos después de un huaico y se escalan por WhatsApp, no por pitch decks.
Crecí en Lima, pero mi trabajo me llevó a caminar entre campamentos de emergencia, ollas comunes y comunidades altoandinas. Durante años he liderado una organización que diseña e implementa soluciones rápidas y sostenibles frente a crisis sociales en Perú. No somos una startup. Somos una Organización No Gubernamental (ONG). Pero gestionamos productos, servicios y experiencias con la urgencia del ahora… y con una confianza radical en las personas.
La mayoría de modelos de gestión de producto asumen una estabilidad: acceso a datos, recursos predecibles, equipos especializados, tiempos de validación. ¿Pero, qué pasa cuando ninguno de esos elementos está garantizado? ¿Cuando el producto que diseñamos tiene que operar en medio de apagones, desigualdades estructurales y traumas colectivos?
Ahí, el Excel se queda corto. Aparece el instinto.
Y no me refiero a improvisar por improvisar. Me refiero a una sabiduría que nace de conocer el territorio, de escuchar con humildad, de conectar puntos que no están en el PowerPoint. El instinto aquí es un tipo de conocimiento situado, comunitario, interseccional. Es saber cuándo no lanzar, cuándo retroceder y cuándo dejar que otra persona lidere.

Uno de nuestros programas más emblemáticos comenzó con una pregunta brutal: ¿cómo cocinan las mujeres cuando no tienen alimento, ni gas, ni ollas? En lugar de diseñar desde una oficina, fuimos a escuchar. Las lideresas no querían más ayuda asistencialista. Querían formación, autonomía, redes.
Creamos un programa que no solo entrega alimentos, sino que construye capacidades de gestión, promueve el emprendimiento y facilita redes de apoyo entre lideresas. ¿La plataforma de gestión? Un cuaderno. ¿La validación? Las propias mujeres pidiendo replicarlo en otras regiones. ¿La iteración? Cada taller en campo, con lo que sirve y lo que se cae.
Lo que descubrimos es que incluso en contextos de alta precariedad se puede prototipar sin sacrificar dignidad. Porque aquí no estamos “testeando usuarios”. No observamos desde afuera, nos sentamos al lado.
Los fondos que financian nuestros proyectos a menudo piden indicadores específicos: número de beneficiarios, porcentaje de asistencia, Retorno de la Inversión (ROI) Social. Y claro, medimos. Pero también aprendimos que lo más valioso a veces no entra en una celda de Excel.
¿Cómo se mide la transformación de una mujer que por primera vez en su vida se atreve a hablar en público? ¿Cómo se cuantifica el momento en que una olla común decide registrarse formalmente para acceder a derechos? ¿Dónde se registra la risa colectiva después de haber llorado juntas por la pérdida de una vecina?

Innovar en lo social es trabajar con sistemas vivos, complejos, emocionales. Es sostener el impacto no solo en cifras, sino en relaciones, confianza, tiempo compartido. Y eso también requiere otra forma de gestionar productos y/o servicios.
En nuestros contextos, no diseñamos a pesar del caos. Diseñamos con el caos. Y eso no es una debilidad, es una fortaleza. Porque nos obliga a ser más ágiles, más humanos, más estratégicos. A veces, la data no llega, pero llega el audio de una lideresa contando que vendió todo el stock que aprendió a hacer en el taller. A veces no hay Wi-Fi, pero hay Comunidad.
Prototipar en medio del caos es eso: una práctica que combina la estructura con la intuición, lo técnico con lo afectivo, lo planeado con lo emergente. Es saber que las mejores soluciones no siempre nacen del laboratorio, sino de la calle. De la olla hirviendo. Del momento exacto en que alguien decide que no va a esperar más para hacer algo.
Tal vez ha llegado el momento de cuestionar los modelos importados que nos enseñaron qué es innovación, qué es gestión, qué es éxito. Desde la ONG Perú Pendiente, estamos diseñando otros caminos: más circulares, más comunitarios, más caóticos… pero profundamente humanos.
Y si bien no tenemos unicornios, tenemos algo aún más valioso: la capacidad de sostener el futuro en medio de la tormenta.
Fotos: Cortesía de Juguete Pendiente
