Soberanía cultural: Una guía para sobrevivir al siglo XXI
Cuando una comunidad pierde su cultura, también empieza a perder su capacidad de decidir sobre su futuro. ¿Podemos crear un modelo de bienestar y desarrollo que nos beneficie si ya no tenemos claro qué es lo que nos define como comunidad?

Por Elsie Ralston
La soberanía cultural es, básicamente, el derecho de un pueblo a controlar su propia cultura. Sonará tal vez descabellado para personas con ínfulas coloniales, pero en efecto, es real y comprende nuestras formas de expresión, de habla, vestimenta, celebración, e incluso la forma en la que recordamos nuestra historia. Es un concepto que abarca todo lo que hace que una comunidad sea única. Poseerla significa que nadie de afuera viene a dictarte cómo vivir o a imponer su visión del mundo en tu vida diaria. En resumen, podríamos decir que la soberanía cultural es lo que te permite preservar tus costumbres y formas de pensar sin que un imperio gigante te borre del mapa.
Ahora, imagina un mundo donde las culturas pequeñas tienen el mismo poder que las grandes potencias culturales. Eso es lo que busca la soberanía cultural: que cada quien tenga la capacidad de decidir por sí mismo qué partes de su cultura se mantienen, cuáles se transforman y cuáles se dejan atrás, todo sin presiones externas.
¿De dónde sale esta idea comunistoide?
El concepto de soberanía cultural no es nuevo. Nace con las luchas anticoloniales, cuando países de África, Asia y América Latina intentaban sacudirse el yugo de las potencias europeas. Pero no sólo estaban peleando por su independencia política o económica; también querían rescatar su forma de vivir y pensar. Frantz Fanon, un psiquiatra y filósofo, fue uno de los que puso sobre la mesa que el colonialismo no sólo explotaba recursos, sino también mentalidades. Fanon decía que para ser verdaderamente libres, los pueblos tenían que recuperar sus culturas, lenguas y tradiciones.
Desde entonces, la soberanía cultural se ha convertido en una especie de mantra para muchas comunidades que han visto sus formas de vida amenazadas por la globalización y la cultura de masas. Los movimientos indígenas y afrodescendientes de América Latina, por ejemplo, han hecho de este concepto una bandera, denunciando que la colonización nunca se fue del todo. Cambió de forma, pero sigue viva en la manera en que muchos países del sur global consumen, producen y piensan.
¿Quiénes son los avezados que abogan por esto?
Varios intelectuales, activistas y organizaciones están dedicados a la causa de la soberanía cultural.
Ngũgĩ wa Thiong'o, un escritor de Kenia, ha estado hablando de esto desde hace décadas. En su libro "Descolonizar la mente", sostiene que usar lenguas coloniales en la literatura y la educación sigue siendo una herramienta de opresión. Básicamente dice que, si sigues escribiendo en el idioma del colonizador, nunca serás completamente libre. Más allá de que compartamos o no esta forma de pensamiento, esa cierta intransigencia revela el poder opresor bajo el cual millones de personas han vivido por cientos de años.
Vandana Shiva, una activista y ecologista de la India, conecta la soberanía cultural con la soberanía alimentaria. Según ella, la imposición de modelos agrícolas occidentales no sólo destruye el medio ambiente, sino también la cultura de los campesinos locales. Lo que comemos también es cultura, ¿y qué pasa si te obligan a comer lo que otros deciden?
La organización CLOC-Vía Campesina, que agrupa a movimientos campesinos en toda América Latina, también ha estado luchando por los derechos de los pueblos a controlar sus tierras, su agricultura y sus costumbres. Es un movimiento que mezcla activismo social, soberanía cultural y lucha por los recursos.
Y hay muchos individuos y organizaciones más trabajando en a promoción de soberanías culturales. Pero, ¿son suficientes?
Hemisferio Sur
El sur global —es decir, esos países que fueron colonizados y explotados durante siglos— tiene mucho que perder si no defiende su soberanía cultural, pues las culturas que no son protegidas tienden a desaparecer. Pero no se trata de salvar tradiciones por romanticismos; la soberanía cultural está conectada directamente con la independencia económica y política.
Cuando una comunidad pierde su cultura, también empieza a perder su capacidad de decidir sobre su futuro. Entonces, ¿Podemos crear un modelo de bienestar y desarrollo que nos beneficie si ya no tenemos claro qué es lo que nos define como comunidad? Esto pasa mucho con países que, después de su independencia, adoptaron modelos económicos y sociales que fueron desarrollados para otras realidades. Modelos que en la actualidad casualmente vemos caer catastróficamente, pero también mostrando claras evidencias de ser el caldo de cultivo perfecto para la que la desigualdad, corrupción y pobreza, alimenten la distribución impar del conocimiento y la información.
Además, la soberanía cultural también es resistencia frente a los intentos de borrar la identidad de comunidades que llevan siglos luchando por su existencia. Sin soberanía cultural, corremos el riesgo de quedar atrapados en un ciclo de dependencia externa en todo sentido.

Decoloniza tu mente, the rest will follow
La soberanía cultural y la decolonialidad van de la mano. La decolonialidad es una postura crítica que dice: "Oye, el colonialismo no sólo fue sobre recursos y territorios, también fue sobre imponer una forma de ver el mundo". Según teóricos como Aníbal Quijano o Catherine Walsh, la modernidad eurocéntrica dominó políticamente y dictó qué conocimientos eran válidos y cuáles no. Recuperar saberes locales y darles el lugar que merecen es un acto de resistencia para las culturas oprimidas.
Por otro lado, el feminismo decolonial plantea que no sólo la cultura fue colonizada, sino también el cuerpo, el género y la sexualidad. María Lugones, una de las teóricas más influyentes en este campo, habla de cómo el colonialismo impuso un sistema patriarcal y heteronormativo que destruyó las formas en que las comunidades indígenas y africanas entendían el género y las relaciones sociales. Así que la soberanía cultural también se configuera como una lucha feminista.
¿Pero, es tan grave? ¡El mundo ya está globalizado!
No tener soberanía cultural parace tener efectos bastante graves. Para empezar, la pérdida de la identidad colectiva. Las comunidades empiezan a diluirse en un mar de costumbres ajenas que no responden a su historia ni a sus necesidades. Esto es lo que ocurre cuando adoptamos ciegamente productos culturales de otros lugares, sin cuestionar si realmente nos representan. Y muy lejos de convertirse en una apología al nacionalismo, abogar por la soberanía cultural implica reconocer que en el autoconocimiento de una identidad compartida, está la clave para la autodeterminación y el ejercicio pleno de los derechos sociales, económicos y culturales.
"La soberanía cultural implica reconocer que en el autoconocimiento de una identidad compartida, está la clave para la autodeterminación y el ejercicio pleno de los derechos sociales, económicos y culturales".
Otro gran problema es la dependencia externa. Sin soberanía cultural, las naciones del sur global son más vulnerables a aceptar modelos económicos, sociales y políticos que únicamente benefician a las grandes potencias económicas, ya sean culturas externas o empresas transnacionales. Esto perpetúa un ciclo de subdesarrollo y explotación, donde los pueblos terminan sirviendo a los intereses de otros.
Finalmente, sin soberanía cultural, los saberes ancestrales —que muchas veces son la clave para enfrentar crisis como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad— corren el riesgo de desaparecer. Las comunidades que han vivido en armonía con sus entornos durante siglos tienen conocimientos vitales que se pierden si no se protegen.
Guía práctica para no alienarnos hasta el tuétano
Si queremos avanzar hacia una verdadera soberanía cultural (y por ende democracia y economía estables), necesitamos preguntarnos cómo podemos empezar, ya sea desde nuestras organizaciones o espacios personales. Acá algunas ideas:
- Revalorizar saberes locales: Las comunidades deben reconectar con sus propios conocimientos, desde las lenguas hasta las formas de organización social.
- Revitalizar lenguas: El idioma fue una de las primeras cosas que se arrebataron, y recuperarlo es clave.
- Educación decolonial: Los sistemas educativos deben reflejar las realidades y necesidades de las comunidades, no seguir imponiendo modelos foráneos. Pensemos en modelos como el de la Educación Intercultural Bilingüe, que garantiza el aprendizaje en lenguas originarias, entre otros aspectos.
- Tejer redes: Las luchas por la soberanía cultural deben ser globales. Los movimientos del sur global pueden aprender unos de otros y unirse para resistir la homogenización cultural.
Al final del día, la soberanía cultural es algo por lo que todos deberíamos pelear. No se trata únicamente de preservar tradiciones antiguas o volvernos fanáticos nacionalistas, sino de construir un futuro donde todos podamos decidir por nosotros mismos cómo queremos vivir, bajo los mismos derechos y en un planeta que no está en crisis constante.
Referencias
- Fanon, Frantz. 2002. The Wretched of the Earth. Traducido del francés al inglés por Richard Philcox; Prólogos de Jean-Paul Sartre y Homi K. Bhabha. Grove Press.Fanon, Frantz. 2008. Black Skin, White Masks. 1st ed., new Ed, Grove Press.
- Lugones, María. 2003. Pilgrimages/Peregrinajes: Theorizing Coalition Against Multiple Oppressions. Lanham, Md.: Rowman & Littlefield.
- Quijano, Aníbal. 2007. Coloniality and Modernity/Rationality. Cultural Studies. Este ensayo fue publicado originalmente en Globalizations and Modernities. Experiences, Perspectives and Latin America, Estocolmo, FRN-Report.
- Thiong’o, Ngugi W. 1992. Decolonizing the Mind: the Politics of Language in African Literature. East African Publishers.
Foto de portada cortesía de Andrea Vargas

Sobre la Autora
Elsie Ralston es escritora y diseñadora de contenidos. Con más de 12 años de experiencia en gerencia de proyectos de desarrollo e incidencia política, ha colaborado con diversas organizaciones en América Latina y Europa para promover la educación sostenible, el empoderamiento comunitario, y más recientemente tecnologías digitales responsables. Cree firmemente en el poder de la DEI para transformar sociedades y construir un futuro más justo y resiliente para las personas y el planeta.
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