No se trata de paneles solares. Se trata de mujeres.

Un viaje personal descubre la conexión entre el clima y la pobreza menstrual.

No se trata de paneles solares. Se trata de mujeres.

Por Emma Aiyin Chen

En el verano de 2016, la organización humanitaria internacional Teams4U lanzó una iniciativa de salud menstrual en el este de Uganda llamada Develop With Dignity. El programa ofrecía a niñas locales ropa interior, productos menstruales reutilizables y educación sexual. Por cosas del destino, una amiga me escribió a último minuto para preguntarme si podía ayudar a conseguir ropa interior desde China en dos semanas, para que el programa llegara a tiempo. Y lo hice.

En ese momento, no pensé mucho en la experiencia. Tampoco podía entender del todo este concepto llamado “pobreza menstrual”. Como mujer joven que creció en China, nunca dudé en buscar en el cajón de mi mamá, lleno de productos menstruales de distintos tamaños y aromas. Me costaba conectar las estadísticas de Develop With Dignity con mi propia vida:

  • Más de 10.000 niñas ugandesas estaban en riesgo de embarazo temprano e infecciones de transmisión sexual por falta de conocimiento y productos de higiene básicos.
  • El 60 % de ellas faltaba 2–3 días a la escuela cada mes porque no tenían productos menstruales.
  • El 36 % no tenía ropa interior.
  • La mayoría había tenido actividad sexual no consensuada.
Imagen cortesía de Teams4U

Nuestras vidas —la de esas niñas y la mía— deberían haber seguido caminos paralelos. Pero ese cruce de historias sembró una semilla.

Años después, mientras escalaba en la industria de la moda siguiendo al pie de la letra un manual que no había escrito yo, sufrí un burnout. Estaba tan agotada que tuve que renunciar. De pronto, se me entregó un “regalo”: tiempo para explorar la vida y formas alternativas de vivirla. En ese proceso, descubrí los productos menstruales reutilizables, lo cual cambió profundamente mi relación con los residuos menstruales y con mi propio cuerpo. Me convertí en defensora del ciclo sin residuos y comencé a investigar la menstruación no solo desde lo biológico, sino desde lo político, social y ambiental.

Pobreza menstrual

La menstruación abrió un agujero negro de preguntas. Y entendí, de forma cruda, que a menos que hayas vivido la pobreza menstrual, es difícil comprender cuán extendida y devastadora es, especialmente en países en desarrollo.

En India, el 70 % de las mujeres menstruantes no puede pagar toallas sanitarias (Wheels Global Foundation), y el 88 % usa alternativas inseguras como trapos, ceniza o arena (Glamour, 2017). Alrededor de 113 millones de niñas de entre 12 y 14 años corren el riesgo de abandonar la escuela por ausencias relacionadas con su menstruación (Markle, 2017). Según la UNESCO, 131 millones de niñas están fuera del sistema escolar a nivel mundial, muchas por razones vinculadas a la menstruación.

Y esto no es solo un problema del Sur Global. Incluso en países ricos como Reino Unido, más de un tercio de las niñas entre 14 y 21 años tuvo dificultades para acceder a productos menstruales durante la pandemia —un aumento del 20 % con respecto al año anterior. Eso representa a más de un millón de niñas (Action Aid, 2022).

El impacto de la pobreza menstrual es sistémico y de largo plazo: afecta la educación, la dignidad, la salud y las oportunidades económicas.

Contaminación menstrual

En China, de donde soy originaria, hay casi 380 millones de mujeres menstruantes. Cada año se desechan unos 120 mil millones de toallas sanitarias, suficientes para cubrir 1.5 ciudades del tamaño de Shenzhen. Europa no se queda atrás, con 49 mil millones de productos menstruales desechables al año, y Estados Unidos suma alrededor de 20 mil millones.

Imagen cortesía de Ella Daish

Lo que muchas personas no saben es que las toallas y tampones desechables están compuestos hasta en un 90 % por plástico. Una sola toalla —incluyendo envoltorio, alas y adhesivo— contiene unos 2 gramos de plástico no biodegradable, el equivalente a cuatro bolsas plásticas. Estos productos tardan más de 500 años en degradarse, convirtiéndose en microplásticos.

Con un ciclo de vida lineal, estos productos terminan en vertederos o incineradoras, contaminando agua, suelos y aire de formas que los ecosistemas no pueden sostener. Desde su fabricación intensiva en químicos, pasando por su empaque, hasta su eliminación tóxica, la menstruación se ha vuelto una amenaza ambiental oculta —y apenas estamos empezando a entenderla. Recientemente, científicos detectaron microplásticos en placentas… e incluso en folículos ováricos.

Por suerte, algo está cambiando. Investigaciones recientes muestran que los productos menstruales reutilizables alcanzan su punto de equilibrio ambiental tras solo unos pocos usos —y su impacto positivo crece con el tiempo.

Hoy me siento orgullosa de ser parte de la solución: promoviendo conciencia, acceso y alternativas sostenibles a través de continentes. Porque una vez que ves el panorama completo, no puedes dejar de verlo.

Menstruación y cambio climático

En 2018 asistí a un taller climático donde conocí Project Drawdown, una iniciativa liderada por el ambientalista Paul Hawken que clasifica las 80 estrategias más eficaces para revertir el calentamiento global. Para mi sorpresa, la educación de niñas y el acceso a la planificación familiar encabezaban la lista.

¿Por qué? Porque cuando las niñas permanecen en la escuela y las mujeres tienen poder de decisión sobre sus vidas, las tasas de fertilidad bajan. La relación es directa: cuanto más tiempo permanece una niña en la escuela, más tarde se casa y tiene hijos. De hecho, hay una relación lineal entre la educación de una madre y la salud y supervivencia de sus hijos.

Menos nacimientos, y más saludables, reducen la presión sobre la comida, el transporte, la energía y el suelo —disminuyendo las emisiones en la raíz. Sin embargo, a pesar de su papel clave en la resiliencia climática, la educación de niñas y la salud reproductiva siguen siendo ignoradas en la mayoría de las estrategias climáticas nacionales.

Imagen cortesía de Project Drawdown

Me sorprendió aún más saber que los nacimientos no planificados siguen siendo altos incluso en países desarrollados, donde la huella de carbono por persona puede ser de 10 a 50 veces mayor que en el Sur Global. Según Project Drawdown, el 45 % de la reducción de emisiones de esta estrategia vendría de países de altos ingresos.

Empoderar a las mujeres conduce a mayores ingresos, hogares más pequeños y saludables, menores tasas de mortalidad y mayor resiliencia ante el cambio climático. Y lo más importante: garantiza el derecho a decidir si quieren tener hijos y cuándo.

La ONU estima que la población mundial alcanzará entre 9.400 y 10.100 millones para 2050, pero con inversiones en educación de niñas y salud reproductiva, podríamos evitar más de 1.000 millones de nacimientos no deseados —y prevenir hasta 103 gigatoneladas de emisiones de CO₂.

Pero la educación no funciona sin equidad menstrual. Para mantener a las niñas en la escuela, debemos garantizar el acceso a productos menstruales, instalaciones adecuadas de agua y saneamiento (WASH) y educación sexual integral. Algo tan básico como menstruar jamás debería ser un obstáculo para la acción climática.

Conectando los puntos

Siempre quise hacer algo por el planeta. De niña, recuerdo leer una revista y sentirme destrozada por los osos polares perdiendo su hábitat por el derretimiento del hielo. A los 15 años, comencé a preguntarme adónde iban a parar los productos menstruales desechables que usaba y qué impacto tenían en la Tierra. No sabía que un simple acto de voluntariado —ayudar a conseguir ropa interior para niñas en el proyecto Develop With Dignity— sembraría una semilla que algún día se convertiría en Relief.

En ese entonces, pensaba que el cambio real venía de cerrar fábricas o llenar techos con paneles solares. Nunca imaginé que algo tan íntimo como un producto menstrual podría catalizar una poderosa solución climática.

Mi crisis de los veintitantos me trajo un regalo inesperado: entender que el impacto real no siempre empieza con grandes gestos ni con tecnología futurista, sino con actos pequeños y generosos que se expanden de formas que no siempre podemos medir.

Las respuestas muchas veces ya están a nuestro alrededor —o dentro de nosotras. Relief nació desde esa creencia: que repensar algo tan cotidiano como una menstruación puede desbloquear dignidad, sostenibilidad y empoderamiento para millones de niñas y mujeres.

Referencias:


Título original: It’s not solar panels, it’s women.

Traducción de UNTOLD.ink

Sobre la autora

Emma Aiyin Chen es una Emprendedora de impacto, diseñadora estratégica, y fundadora de Relief.wear. En Relief, una marca con propósito que reimagina el cuidado menstrual desde la sostenibilidad y la justicia social, Emma lleva múltiples sombreros: lidera la visión de marca, el diseño de producto y la incidencia sistémica para crear un futuro donde menstruar ya no sea fuente de vergüenza ni de residuos.

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