Los espejismos del autocuidado: cuidarnos para poder imaginar futuros posibles
Cuando la mirada individual ignora la desigualdad, el cuidado se vacía de sentido colectivo. Recuperarlo (en clave comunitaria, con tiempo, redes y políticas) es condición para imaginar futuros compartidos y hacerlos posibles.

Por Sara R. Zubillaga
En el contexto actual, el discurso del autocuidado (self care) es usualmente reducido a prácticas individuales centradas en lo estético, el consumo o la regulación emocional. Aquí se plantea una reflexión crítica, analizando cómo este enfoque desvincula el cuidado en general, y en particular del propio, de su sentido político y colectivo, casi desapareciendo los determinantes sociales que inciden radicalmente en el bienestar y la salud. Por ejemplo: condiciones laborales precarias, acceso desigual a servicios, estereotipos de género, racismo sistémico, entre otras.
El derecho a la salud va más allá, entendiendo la salud como un estado de bienestar (física, mental y social) pleno, y no sólo la “ausencia de enfermedad" (OMS, 1948). En los países de la región, y como es el caso de Perú, donde la desigualdad social y territorial marca de forma contundente las trayectorias vitales, el discurso del autocuidado despolitizado refuerza la fragmentación del tejido social y debilita las posibilidades de construir futuros comunes. Al responsabilizar únicamente al individuo de su bienestar, se invisibiliza el sufrimiento producido por sistemas desiguales y se obstaculiza el diseño de futuros transformadores. Esto no solo perpetúa la desigualdad sanitaria, sino que limita el desarrollo social y económico al mantener una visión ineficaz y elitista del bienestar. De ahí, que se propone recuperar el autocuidado como práctica comunitaria, interdependiente y enraizada en la colectividad social, dialogante interculturalmente (reconociendo saberes originarios) como algunos elementos clave a explorar para construir entornos saludables y sostenibles en América Látina
Autocuidado y cuidado colectivos como condición necesaria para imaginar futuros comunes
El autocuidado y las tareas de cuidados en general (a otros seres) funcionan cuando dejan de ser prácticas solitarias, sino que demandan el apoyo en redes: tiempo protegido, ingresos estables y servicios cercanos. El autocuidado en particular, no es una rutina rígida ni un lujo; son decisiones cotidianas (poner límites, priorizar descanso y vínculos, acudir a servicios de salud, pedir y dar apoyo) que mejoran la calidad de vida y la adherencia a cuidados. La evidencia internacional va en esa línea: las políticas “amigables con las familias” (licencias, arreglos laborales flexibles, servicios de cuidado accesibles) cambian el terreno para cuidadoras/es y comunidades, evitando que el bienestar dependa solo del esfuerzo individual (UNICEF, 2020a, 2020b). En salud mental, los enfoques comunitarios integrados a la atención primaria y al territorio muestran mejores coberturas y continuidad del cuidado; hay experiencias recientes en la región (incluido Perú) que activan redes locales con respeto al contexto cultural (PAHO/WHO, s. f.; UNICEF, 2021a, 2021b).
¿Por qué importa politizar el autocuidado? Costos ocultos de un enfoque descontextualizado para la salud y el desarrollo
El problema es que, en la conversación pública reciente, “autocuidarse” se reduce muchas veces a consumo, estética o pura autorregulación emocional. Ese recorte borra los factores que realmente inclinan la balanza, como por ejemplo: trabajo precario, brechas territoriales, racismo, desigualdad de género; y, en países como Perú y en América Latina, termina aislando a las personas y debilitando el tejido comunitario. Frente a ello, informes regionales del sistema de Naciones Unidas sobre la economía del cuidado han insistido en pasar del discurso a la infraestructura del cuidado: sistemas integrales, inversión pública y corresponsabilidad social y estatal. Cuando se reconoce, redistribuye y remunera el trabajo de cuidar, hay retornos en bienestar y en economía. Dicho simple: el autocuidado florece cuando hay condiciones para cuidarnos entre todas y todos; politizar el cuidado implica entonces reconocer sus determinantes sociales y su dimensión colectiva, dejando atrás un bienestar elitista para abrir futuros compartidos (ILO, 2022).
Hoy, la narrativa dominante reduce el autocuidado a actos privados, desconectados de políticas públicas y de los territorios. Al despolitizarlo, se carga a la persona con toda la responsabilidad y se invisibilizan sus condiciones materiales: como el tiempo que dispone, ingresos, redes e infraestructuras de cuidado, aspectos concretos que abren o cierran oportunidades.
Entonces se generan esos costos ocultos de despolitizar el cuidado, que se expresan en el tiempo no remunerado que recae desproporcionadamente en las mujeres y que restringe su participación económica —y, sobre todo, deja sin respuesta la pregunta “¿quién cuida a las cuidadoras?”— también deteriora su salud mental y física, limita educación y tiempo libre, reduce participación cívica y liderazgo, profundiza la violencia e inseguridad, estrecha redes de apoyo, perpetúa roles de género en niñas y niños, erosiona autonomía y proyecto de vida. El resultado: tejido comunitario más débil y menos capacidad para imaginar y construir futuros comunes que sostengan la vida cotidiana y mejoren el bienestar colectivo.
El autocuidado como estrategia transformadora
El autocuidado va mucho más allá del self-care y el decretar futuros mejores; y descontextualizado carga toda la responsabilidad en la persona y borra los determinantes sociales, aun cuando no se trata ni de un lujo ni de un ritual privado: requiere tiempo protegido, condiciones laborales justas y servicios cercanos. Complementa a los sistemas de salud al fortalecer la atención primaria en salud (la primera puerta que tocamos cuando estamos mal en el sistema), ampliar el acceso y ,con todo eso, promueve el bienestar integral si se mantiene con enfoque territorial e intercultural.
Desde esa mirada, emerge el espacio para el cuidado colectivo como una alternativa vital y concreta. Porque cuidarnos también es organización social y corresponsabilidad. Las acciones compartidas para mejorar el bienestar común tienen raíces profundas, son parte constitutiva de las primeras comunidades humanas, que hoy se materializan también en ollas comunitarias, redes y organizaciones territoriales, vecinales, juveniles, deportivas, medioambientales, feministas, de padres y madres de familia, entre muchísimas otras. Estas experiencias tejen comunidad, sostienen la vida cotidiana y crean condiciones reales para que el autocuidado deje de ser individualista y se vuelva una estrategia capaz de transformar la forma en la que sostenemos nuestras vidas hacia condiciones más amables en un país en crisis y en un continente dividido o en un mundo en guerra.

Comunidades que cuidan y se cuidan: situadas y resilientes
El sentido público del (auto) cuidado y de los cuidados, supondrá reconocer su carácter interdependiente: escuchar saberes originarios, dialogar entre culturas y prácticas concretas al menos en cuanto al género, la clase, la edad, etnicidad y territorios. No basta con “repartir tareas”; se trata de ensanchar los lazos y montar redes de apoyo que hagan menos frágil la vida cotidiana. También conviene mirar de frente los costos que suelen quedar fuera de cuadro cuando el cuidado se privatiza: horas no pagadas que asumen mayoritariamente las mujeres y con efectos directos en su ingreso y trayectoria laboral (ILO, 2022; UN Women, 2023); pérdidas por malestar psicosocial y trastornos de salud mental, son las principales causas de discapacidad y ausentismo en la región (PAHO/WHO, 2022) ; y gastos de bolsillo o atenciones en salud postergadas que se cargan y afectan a las personas mas vulnerables y con menos recursos (WHO, 2019).
Repolitizar el cuidado, entonces, no es solo enunciativo a modo de campaña, o eslogan, no es vendernos un producto. Demanda tiempo garantizado, ingresos suficientes y servicios cercanos. Implica licencias y arreglos laborales compatibles con la vida, atención primaria en salud integral fortalecida, infraestructura de cuidados y respuestas con enfoque territorial e intercultural (UNICEF, 2020). También demanda corresponsabilidad efectiva entre Estado, el mercado y hogares (sin romantizar el trabajo no remunerado) y nuevas formas de medir el éxito de estas estrategias, poniendo en el centro lo que de verdad sostiene el bienestar integral: acceso para el cuidado de los aspectos integrales de la vida, seguridad, descanso, tiempo de ocio, vínculos humanos significativos, y sentido de pertenencia. En breve: pasar del “resuélvelo sola o por tu cuenta” al “me cuido y nos cuidamos para poder imaginar y vivir mejor”.
En tiempos de guerras, genocidio, desigualdades crecientes, crisis climática y de migraciones forzadas, necesitamos relatos que rompan con la lógica de control y aislamiento, y pongan en el centro la interdependencia, la dignidad y el cuidado. Las narrativas descolonizantes ayudan a reubicar la mirada: reconocer posiciones y poderes, abrir espacio a saberes diversos y asumir que mi bienestar está ligado al de otras personas y territorios. Desde ahí, el autocuidado deja de ser gesto privado y se vuelve horizonte ético compartido: una práctica que sostiene vínculos, ensancha posibilidades y habilita imaginar y construir vidas más justas; convierte el cuidado en un proyecto colectivo capaz de abrir futuros y entornos saludables y sostenibles en América Latina.
Foto de portada: Jardín comunitario, por Daniel Funes, vía Unsplash.
Referencias:
- Organización Panamericana de la Salud & Organización Mundial de la Salud. (2025). Autocuidado: una estrategia clave para avanzar hacia la cobertura universal de salud.
- United Nations Development Programme. (2022). Los cuidados comunitarios en América Latina y el Caribe [PDF]. UNDP.
- International Labour Organization. (2022). Care at work: Investing in care leave policies and services for a gender-equal world of work.
- Pan American Health Organization/World Health Organization. (2022). Mental health in primary care / Strengthening mental health responses in the Americas.
- UN Women. (2023). Advances in care policies in Latin America and the Caribbean.
- UNICEF. (2020). Family-friendly policies: A global survey of business policy.
- UNICEF. (2021). The State of the World’s Children 2021: On my mind.
- World Health Organization. (2019). Global monitoring report on financial protection in health.
