Desde el ombligo: lecciones ancestrales para un mañana mejor
En la sabiduría agrícola ancestral, la diversidad que esta generó y la reciprocidad expresada en el concepto quechua del "uyway" encontramos las claves para un futuro sostenible. Ese artículo de Illa Liendo Tagle nos propone volver a nuestras raíces para enfrentar las crisis actuales.
Por Illa Liendo Tagle
Algunas de las respuestas para hacer frente al realismo trágico de estos días tienen siglos de antigüedad, y el punto de partida para esa travesía habita en nuestro propio ombligo. En el mejor de los casos, mirarlo puede ser una pausa en la carrera por innovar. Ese nudo caprichoso en el abdomen es una invitación permanente a recordar nuestro origen, nuestro centro y, desde allí, recalibrar nuestras brújulas interiores. Porque conocer las lecciones del ayer siempre nos acerca a un mejor presente.
Al revisar nuestra historia encontramos tecnologías ancestrales y modelos resilientes que florecieron en desiertos, bosques y montañas: técnicas, aprendizajes y maneras de interpretar el entorno tan antiguas como la civilización Caral. Sin embargo, este asombroso legado solo puede comprenderse plenamente si integramos el respeto y equilibrio con que estas civilizaciones se relacionaron con su territorio. No se trataba solo de expandir el territorio y profundizar el conocimiento, sino también ser parte de un modelo de cuidado mutuo entre humanidad y naturaleza.
Más de 10,000 años atrás, el diálogo entre pueblos sabios y climas generosos inició un proceso de domesticación que supo transformar nuestra geografía generosa en una extraordinaria variedad de frutas, verduras, granos y tubérculos. De raíces amargas y silvestres nacieron más de 4,000 variedades de papa. Yuca, ají, camote, pallar, zapallo, lúcuma y maíz, son solo algunos de los cultivos domesticados en los fértiles valles de la costa y las desafiantes laderas andinas. Una proeza fitogenética que no solo nos convierte en una de las zonas de origen de domesticación de alimentos del mundo, sino que también demuestra que las chacras son, desde siempre, espacios de innovación.

La ciencia de la crianza
A pesar de los estragos que causan hoy la minería y la tala ilegal, nuestra diversidad agrícola permite que el Perú siga siendo uno de los 17 países que albergan más del 70% de la biodiversidad del planeta. A diferencia de los monocultivos extensivos y los agrotóxicos que los sostienen, los dos millones de personas que hoy hacen posible la pequeña agricultura familiar son una piedra angular de la sostenibilidad. El cuidado de la fertilidad del suelo mediante la rotación de sembríos, el uso de abonos orgánicos y la mejora e intercambio de semillas permite conservar ecosistemas diversos y sanos, capaces de acoger a flora y fauna. Son sistemas y saberes clave en tiempos de crisis climática.
Y como el clima no es la única crisis que enfrentamos, la armonía y el respeto que aún mantienen muchas comunidades con su territorio pueden ser también fuente de inspiración para imaginar futuros distintos. La chacra no solo demuestra la vigencia de la ciencia arraigada hace siglos: es el espacio donde, con cada temporada de lluvia, se renueva un vínculo aprendido de abuelas y abuelos. Un pequeño-gran centro donde memoria, alimento y futuro convergen en tierra fértil.
Tal es así que en quechua no existe el verbo “cultivar”. En su lugar se usa uyway, que significa “criar”. Pero este no solo es un verbo: es un manifiesto. En los Andes, la crianza es recíproca, un camino de ida y vuelta. Así, crían los campos de papa y la papa los cría. Crían a sus hijos, y los hijos les crían. Es en el reconocimiento de esta conexión donde se forja la necesaria correspondencia con el medio ambiente, con la comunidad y con todo aquello que está vivo y hace posible la vida. Uyway no es solo un verbo: es la memoria de un vínculo. Un recordatorio, tan íntimo como el ombligo, de que la vida se sostiene en relaciones de ida y vuelta.

Volver al origen
Estamos a tiempo. Urge recuperar el equilibrio perdido con las montañas y bosques, volver al centro que no existe en ningún mapa, sino en una forma de relación con la vida. La riqueza biológica y los conocimientos ancestrales son nuestro capital. Recuperar y conservar nuestro patrimonio biogenético y las tecnologías ancestrales representa una alternativa real para adaptarnos al cambio climático y garantizar alimento para el país y el mundo.
Las civilizaciones que nos precedieron tenían claro su centro. Hoy es tiempo de redescubrir si nuestro ombligo cultural puede ayudar a reorientarnos y, por qué no, a reinventarnos. Sin importar las diferencias de ideales, aversiones o proyectos del momento, revisar de dónde venimos nos nutre de respuestas, planes y corazonadas para enfrentar los desafíos que nos plantea el realismo trágico de estos días. Reconocer cuánto de nuestros orígenes vive aún en el presente nos abre nuevas posibilidades. Quizá el futuro no se construya desde la periferia de nuestras urgencias, sino desde un gesto mínimo: volver a nuestro ombligo, a ese pequeño y fundacional nudo donde pasado y futuro vuelven a reconocerse.
Fotos por Illa Liendo Tagle, realizadas para Mission 21.

Sobre Illa
Cusqueña que escribe sobre los Andes, desde los Andes. Cuenta con una trayectoria en el ámbito editorial, periodístico y cultural, desarrollada a lo largo de sus años viviendo en Perú, Guatemala y España. Su trabajo se ha centrado en la crisis climática, los pueblos indígenas y la cultura, temas que aborda desde la investigación, la escritura y la gestión de proyectos. Desde 2004, ha liderado procesos de coordinación editorial y desarrollado iniciativas de comunicación cultural para diversas organizaciones. Además, colabora con medios y revistas como El País, The Guardian y Courrier International, integrando periodismo y antropología en sus reportajes. Actualmente trabaja de manera independiente desde Cusco.
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