Cantagallo, donde la selva resiste en el corazón de Lima
Por Mauro Fernández, con fotos de Andrés Kishimoto
En el corazón de Lima, los Shipibo Konibo reescriben su historia y desafían las lógicas de una ciudad que los ve, pero no los mira.
Cantagallo, donde la selva resiste en la urbe, es una crónica sobre cómo el arte, la colectividad y la memoria se convierten en resistencia frente a un sistema que suele homogenizar lo diverso.
La mañana empezó con una neblina espesa, de esas que hacen parecer a Lima suspendida entre el sueño y el despertar. A las nueve en punto, entre el caos del tráfico y las bocinas, frente a la Biblioteca Nacional del Perú, nos reunimos un grupo de mentes curiosas y corazones abiertos con un destino compartido,: Cantagallo, la comunidad Shipibo Konibo enclavada en el centro de la capital limeña, exactamente entre los distritos del Rímac y Barrios Altos.
Aldo Alfaro, co-fundador de la asociación Yawar, fue nuestro guía y nos introdujo en la comunidad. Mientras avanzábamos lentamente por las calles del centro de Lima, nos habló del origen de Cantagallo: un grupo de familias que viajó desde la región Ucayali (en la selva peruana) a inicios de la década del 2000, con el objetivo de participar en la “Marcha de los Cuatro Suyos”, movimiento ciudadano que dió fin a la injusticia social Fujimorista en Perú. Las familias que llegaron a Lima, querían expresar su rechazo a la situación que pasaba en su lugar de origen: el tráfico de personas, la minería ilegal y la falta de oportunidades, entre otros problemas sociales. Llegaron a Lima y al no encontrar un lugar donde quedarse, se establecieron en un terreno baldío, un antiguo vertedero de desmonte.
Más de veinte años después, Cantagallo se levanta como un símbolo de resistencia cultural y política, donde las mujeres lideran, los niños aprenden en su idioma originario y los colores de la selva aún respiran entre el polvo y el dióxido de carbono de la carretera Panamericana Sur en el corazón de Lima.
Este artículo no busca narrar paso a paso mi visita a Cantagallo, sino compartir las reflexiones que me dejó esta experiencia.
Quien escribe también viene de una familia migrante y, a manera de homenaje a todos los migrantes, quiero transmitir mi mirada sobre la imagen viva y la identidad profunda de esta comunidad Shipibo Konibo en Cantagallo. Como resultado, planteo preguntas que quizá no tengan una única respuesta, sino que inviten a reflexionar, como lo hace la comunidad Shipibo Konibo: de manera colectiva, con respeto y con el corazón abierto.
“Allí, donde antes había escombros, ellos sembraron cultura, arte y esperanza. Y con el tiempo, también sembraron futuro.”
Una danza de bienvenida
Al llegar, tres generaciones de mujeres Shipibo Konibo nos recibieron con una danza. Las más pequeñas sonreían con timidez, sus madres las guiaban con orgullo y las abuelas observaban con serenidad. Sus vestidos eran ver la luz a través de un prisma, diferentes colores vibrantes, bordados con patrones que narran visiones, sueños y memorias. Cada trazo parecía decirnos algo: “Aquí seguimos, aquí estamos, únete a nosotros.”








En ese momento entendí que Cantagallo no solo es un lugar: es un acto de resistencia. Fotos de Andrés Kishimoto.
Un pedazo de selva en el corazón de Lima
Conversar con las lideresas, líderes y jóvenes de Cantagallo es descubrir que esta comunidad no solo vive en Lima, sino que trae consigo identidad ancestral de la selva, algo que pocas veces ha ocurrido con la migración interna en Perú, donde las ciudades costeras, y Lima especialmente- parecen borrar las expresiones culturales indígenas.
En sus casas pintadas con los diseños de su arte (kené),laten los valores que los definen: la cooperación, el respeto por los mayores y su sabiduría, las costumbres, el arte y los rituales heredados de generaciones que vivieron entre los ríos y los árboles de Ucayali.
Mientras la ciudad podría empujarlos a olvidar parte de su cultura, ellos eligen mantenerla viva. Y en ese acto silencioso de resistencia cultural, hay una lección profunda.
¿Qué significa mantener intacto lo que somos en medio de un mundo que cambia tan rápido?
La lucha contra el olvido
Tras el incendio que destruyó parte de la comunidad de Cantagllo en el año 2016, los Shipibo Konibo crearon la única escuela intercultural bilingüe de Lima. Allí, los niños aprenden no solo matemáticas o algún contenido típico de una escuela rural, sino también su idioma, sus canciones y los valores heredados de sus ancestros como el respeto, la solidaridad y el amor por la naturaleza.
En palabras de uno de los maestros de la escuela: “Aquí no enseñamos solo a leer y escribir. Enseñamos a recordar y resistir la aculturación.”
Aun así, la modernidad amenaza con borrar lentamente esa memoria. Algunos jóvenes se alejan del arte para sobrevivir en la lógica urbana. Y entonces surgen las preguntas que deberían movilizarnos a todos: ¿Qué tan dispuestos estamos a proteger la diversidad cultural de nuestro país? ¿Podemos aprender de quienes, con tan poco, preservan tanto?
El precio del arte
Imaginemos dedicar tres semanas o hasta un mes a bordar una pieza que concentra saberes ancestrales, símbolos de protección, noches sin sueño y una conexión profunda con el alma, incluso a cuestas de tu propia salud física. Y luego escuchar de algún cliente la pregunta: “¿Por qué es tan costoso, si esto es artesanal?”
La pregunta, tan cotidiana como hiriente, pesa sobre las artistas de Cantagallo, que venden sus bordados y pinturas como forma de resistir y subsistir en una urbe que es cada vez más dura. Ante esta situación de vulnerabilidad, muchas artistas Shipibo Konibo deben vender su arte por debajo de su valor para poder alimentar a sus familias.
Me dijo una de las líderes de los talleres, con una mezcla de orgullo y tristeza: “A veces hacemos descuentos del 70%. No porque queramos, sino porque tenemos que comer”
¿En qué momento confundimos lo artesanal con lo barato? ¿En qué momento dejamos de ver el arte indígena como lo que es: una obra maestra colectiva?









Las artistas Shipibo Konibo, nos relataron los retos que enfrenta para visibilizar el valor de su arte. Fotos de Andrés Kishimoto.
El arte que no solo busca ser entendido, sino sentido
Las artistas cuentan que muchas de sus creaciones son una pintura y textiles que nacen de visiones reveladas en el ritual de la ayahuasca, una práctica ancestral en los pueblos Shipibo Konibo originarios de la selva peruana. Este proceso no se hace para fines de obtener inspiración, sino como parte de un ritual de conexión con la naturaleza y sanación espiritual. Pintar y bordar no es solo crear belleza: es sanar, conectar, reconciliarse con la vida.
En cada taller que visitamos para ver las producciones artísticas, hemos sido testigos de que todos los diseños no se copian ni se repiten, sino que revelan autenticidad y son únicos.









El arte Shipibo Konibo es una expresión proveniente de la conexión con la naturaleza y del reconocimiento del conocimiento ancestral. Fotos de Andrés Kishimoto.
Expresión del arte proveniente de la conexión con la naturaleza y del reconocimiento del conocimiento ancestral.
Quizás sea el momento de ver el arte indígena como el del Shipibo Conibo y el de otros pueblos, como un arte que no solo busca ser entendido, sino ser sentido.
Una cultura viva, un pueblo que sobrevive
Caminar por Cantagallo es ver la vida florecer pese a todas las dificultades. Los niños corriendo entre pasajes de tierra, los talleres llenos de color, la música que se mezcla con el ruido del tráfico de Lima. Pero también es ver los desafíos que persisten y ponen en peligro el bienestar de la comunidad: falta de un sistema de alcantarillado eficiente, la exposición a la contaminación, el acceso a una educación sólida y continua, la fragilidad económica y, sobre todo, el abandono institucional.
Aun así, continúan siendo una comunidad que sueña y resiste. Y en esa resistencia surgen preguntas para quienes aprendemos desde fuera de la comunidad: ¿Cómo cuidamos lo que nos da identidad? ¿Cómo podemos apoyar sin invadir o acompañar sin apropiarnos?
Si llegaron hasta aquí, te invito a ir más lejos y a visitar Cantagallo. Habla con sus artistas. Escucha sus historias. Compra una pieza y entiende que no estás adquiriendo un souvenir, sino una narrativa viva, un fragmento de la selva que aún respira dentro de Lima.
Si están en Lima, la selva no está lejos; está cerca, justo en el corazón de nuestra ciudad, recordándonos que resistir también es una forma de arte. Porque cuando una cultura es reconocida, florece. Y cuando la ciudad se permite mirar más allá de sí misma, quizás sea el primer paso para sanar como sociedad.






Cantagallo es resistencia, pero también innovación y una muestra viviente de cómo la preservación cultural puede convivir con nuestros tiempos. Fotos de Andrés Kishimoto.
Este artículo fue escrito en base a la Experiencia de Impacto e Interculturalidad organizada en el marco de las Sesiones Sur Global 2025.

Sobre Mauro
Sobre Mauro Fernández: Diseñador estratégico e investigador en diseño centrado en las personas, con experiencia en América Latina y Europa liderando equipos de diseño en organizaciones de los sectores financiero, educativo, consumo masivo y retail. Posee un Máster en Diseño Estratégico por el Instituto Europeo de Diseño (IED, España) y es Ingeniero de Sistemas por la Universidad Nacional de Ingeniería (Perú). Actualmente impulsa proyectos independientes que entrelazan diseño, educación y pensamiento crítico, con el propósito de promover una práctica del diseño más humana, reflexiva y regenerativa.